El “diálogo” y Oscar Pérez
El
Nacional 19 DE ENERO DE 2018 12:09
AM
Oscar Pérez fue asesinado luego de
compartir, con millones de venezolanos y en tiempo real, su decisión de
rendirse ante los esbirros de Nicolás Maduro que disparaban ferozmente sobre él y sus compañeros con aplastante
superioridad de medios. Los ominosos circunloquios de los primeros comunicados
de la dictadura hacían ya presumir lo que ya sabemos: Pérez ha podido correr la peor de las
suertes: ser acribillado, ya rendido y cautivo.
A esa certidumbre conducen los
videos que frenéticamente subió Pérez a las redes sociales, acaso
solo minutos antes de ser muerto. Ellos lo muestran ensangrentado, sobrepasado
por el fuego inmisericorde de sus asesinos, reclamando la presencia de fiscales
del Ministerio Público ante quienes entregarse.
En esas imágenes, la voz de Pérez debe imponerse al tableteo de
las armas enemigas y al estrépito de una casa viniéndose abajo, impactada por granadas autopropulsadas. Otros vídeos captan, inequívocamente y desde diversos ángulos, la superioridad numérica y los muchos recursos de
guerra desplegados contra Pérez y sus hombres.
Todo indica, pues, que el ex piloto
policial y su comando de irregulares, atrincherados en una casa vacacional del
extrarradio caraqueño, pudieron ser objeto de un engaño tan cruel como
innecesario: al parecer, se les hizo creer que una negociación de la entrega
estaba ya en curso, solo para permitir que hombres armados con lanzagranadas
tomasen cuidadosamente posiciones que asegurasen el exterminio.
Esto de ganar tiempo “negociando” para, al cabo, aniquilar con mayor
desahogo, eficacia y vesania toda resistencia es ya marca de fábrica del régimen de Nicolás Maduro.
La masacre de El Junquito, como ya
comienza a llamársele, tuvo lugar mientras Maduro presentaba una falaz memoria y
cuenta presidencial del año 2017 ante su fraudulenta y plenipotenciaria
asamblea constituyente. En su discurso, Maduro alardeó de inverosímiles logros económicos y auguró a los famélicos venezolanos, víctimas de la corrupción e
improvidencia de un Estado fallido y delincuente, una era de dicha y
prosperidad colectivas.
Pero las palabras que Maduro dedicó
al caso Pérez no permitían dudar de cuál podría ser el desenlace del operativo
que se estaba desarrollando en esos momentos.
Para acrecentar el agobio, el
horror y la desesperanza, estas muertes, que se suman al más de un centenar que el año pasado
causó la dictadura, han ocurrido durante el receso de los vergonzosos diálogos de Santo Domingo.
Allí, una desacreditada dirigencia
opositora gesticula parsimoniosamente, junto con los más despiadados y cínicos caimacanes del régimen chavista, el acuerdo de una
improbable ruta hacia elecciones libres y transparentes.
Los voceros de la MUD quizá agradecieron en secreto el respiro
que la atención mediática, centrada ahora en la matanza
de El Junquito, concedería por unos días a su perseverancia en negociar un modus vivendi con una dictadura
asesina.
Eso explicaría el cauto silencio que la MUD
prolongó todo cuanto pudo ante el asesinato de Pérez. Su prioridad era vindicar la
justeza de su misión en Santo Domingo, no hacerle olas al dictador.
Pero la insidiosa acusación que
hace la dictadura de que la MUD colaboró en la localización y muerte de Pérez, con rayar en lo demencial,
debería obligar a los fundamentalistas del voto a revisar su estrategia de
diálogo, diálogo y más diálogo. Debería, pero en la
Venezuela de hoy eso es solo un decir.
Óscar Pérez no fue un guerrillero del Twitter. Encarnó, es verdad, una
narcisista y anacrónica figuración del voluntarismo militarista, tan favorecido
por los elementos más retrógrados de nuestra sociedad. Sus
ideas, expresadas en más de una entrevista, eran de una desconcertante parvedad antipolítica.
Su muerte, sin embargo, reclama la
condena de todos los demócratas de nuestra América.
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