Aquel 11 de abril fui con mi papá hasta Parque del Este y allí nos encontramos con mi amiga Anna Elisa, mi compinche de la universidad.
Hicimos toda la marcha hasta Chuao gritando consignas, o más bien buscando provocarlas, nos queríamos sentir parte de ese día que desde temprano se sentía histórico.
En Chuao el grito de “A Miraflores” agarró fuerza, así que nosotros también iríamos a esa nueva marcha improvisada.
Ese día yo no dejaba de pensar en mi abuela. Ella había muerto un mes antes y sus últimas noches las había pasado despotricando las cadenas de Chávez, a ella le hubiese hecho muy feliz ver a esa avalancha de ciudadanos reclamando por un mejor gobierno.
Pensaba: “Que lástima que mi abuela no está viva para ver esto”.
Cuando nos acercábamos a Miraflores nos encontramos con el caos: bombas lacrimógenas por todos lados, gente que se regresaba corriendo aterrada porque estaban disparando a los manifestantes unas calles más adelante.
Y yo pensaba: “menos mal que mi abuela se murió y no se enteró de esta barbarie”.
No comments:
Post a Comment