LA HISTORIA DETRÁS DE UN TORONTO
CONOCIDO POR EL NOMBRE DE 'TORONTO', ESTA GOLOSINA DE CHOCOLATE VENEZOLANO ES LA CREACIÓN DE UN POLACO QUE SALIÓ DE SU PAÍS, HUYENDO DE LOS NAZIS, Y EL DESTINO LO TRAJO A ENDULZARNOS LA VIDA A LOS VENEZOLANOS…
Ernst Weitz salió de Polonia justo antes de la invasión nazi. Vino a Venezuela y consiguió endulzarnos la vida con una de las golosinas más sabrosas de Venezuela.
Con apenas 19 años de edad, Ernst se convirtió en un aprendiz de confitero a nivel industrial, en la ciudad Austriaca de Viena, donde aprendió algunos de los secretos que más adelante seria su oficio y la pasión que él desarrollaría en su vida y cada vez que le preguntaban si volvería a su país, contestaba: “Salí del Canal de la Mancha con destino a Maracaibo, Venezuela, huyendo de la guerra y nunca más pensé en regresar”.
Él se vino al Zulia con un contrato que le dieron los que eran sus jefes en Viena, pero al poco tiempo se mudó a Caracas y así, lo recuerda: “Resulta que mis ex jefes en Viena se vinieron a Venezuela y cuando llegué a Caracas ya tenían una pastelería, la pastelería La Vienesa en Sabana Grande y yo no sabía mucho de eso. Lo mío eran los procesos industriales”.
A pesar de eso, al poco tiempo Ernest entró a formar parte del equipo inicial de una de las más grandes industrias venezolana y la más importante del área de confitería, Industrias SAVOY.
“En 1942 eran tres hermanos y un pequeño equipo. Todo era muy rudimentario y trabajábamos hasta 24 horas al día para lograr los primeros productos. En ese entonces los chocolates eran conocidos como “Napolitanos” y costaban una locha.
El 'Ping Pong' fue uno de nuestros primeros éxitos. Se comenzaron a vender en latas de dos kilos y medio y en las pulperías al detal, pero al poco tiempo vimos que el producto similar americano se empaquetaba en bolsitas y se vendía mucho. Entonces comenzamos a construír la maquinaria necesaria para hacer ese nuevo empaque. Cada producto era un reto. En Savoy trabajé en tres ocasiones pero siempre me tocaron las verdes”, recuerda sonriendo.
De esa forma, desarrollar maquinarias, procesos, manejar temperaturas y empaques, resolver problemas y convertirlos en productos de consumo masivo fue su principal aporte en los inicios y que en el resto de su vida sería su gran pasatiempo. “Ese era mi problema- reflexiona ahora a sus más de 90 años - para mí no era un trabajo, era un pasatiempo. No sé hacer otra cosa que no sea desarrollar productos, buscar soluciones e inventar cosas”.
Es así como este chocolatero polaco-venezolano estuvo involucrado en el desarrollo de uno de las golosinas que sería la bandera de Industria SAVOY y parte de nuestra cultura y la delicia de grandes y niños: el Toronto.
“Nosotros creamos el proceso para darle a una avellana una cubierta de chocolate blando con pasta de avellana (en los inicios, la primera cobertura era muy difícil para trabajar ya que debíamos enfriarla en forma artesanal
), luego se le daba una segunda capa de chocolate y por último, una de brillo pulido con un jarabe delgado. Una vez que estuvo desarrollado el proceso y la maquinaria, fue muy fácil pero llegar hasta allí no fue tan sencillo”.
Sus conocimientos como profesional de la confitería lo hicieron pasearse también por la Industrias Marlon e involucrarse con otro tipo de productos y le tocó idear hasta la manera para lograr pelar los plátanos en formas mucho más fácil, cuando los tostoncitos salieron al mercado y eran una novedad.
“Yo trabajé hasta en el plan manicero en la población de El Tigre, con el grupo agroindustrial. Esa etapa la recuerdo como la época de oro para el maní y el merey venezolano en el estado Anzoátegui, a mediados de la década de los 70”.
Buscando siempre nuevos métodos y a fin de mantenerse al día con el proceso industrial, Ernst Weitz viajó a Estados Unidos y a Europa para aprender de las grandes empresas del ramo sobre los empaques y los procesos.
En otras ocasiones intentó independizarse para trabajar por su cuenta; “Pero mis amigos me llamaban cuando tenían problemas. “Se me sale el fondant por el fondo, Ernest, se me fermenta la mermelada”; y siempre que podía los ayudaba y siempre quedé contento al lograr dar con la solución del problema.
No estoy orgulloso de un producto en particular sino de las soluciones e inventos que logré incorporar a la industria. Eso es lo que me llena. No lo inventé pero lo hice, logré hacerlo”.
A pesar de su nombre y procedencia, Ernst Weitz es uno de los hombres ligados a la confitería que definió la frase o eslogan “El sabor venezolano”; demostrando un gran amor a su profesión y al país que lo acogió y él, en contraprestación nos dejó el mejor y más dulce regalo: el sabroso Toronto venezolano.
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